viernes, 23 de noviembre de 2012

Breve historia de "Agua o Peseta"

Presentación  de la Leyenda "Agua o Peseta"



Hablar de Cuenca, no es fácil, por eso es interesante hacer referencia a uno de sus hijos, MANUEL MUÑOZ CUEVA, quien nació en 1895 y muere en 1976. Al respecto el escritor Oswaldo Encalada Vásquez dice: ¨Es el punto inicial de la narrativa de ficción en Azuay. Sus CUENTOS MORLACOS (1931) y muchos años más tarde OTRA VEZ LA TIERRA MORLACA (1961) pintan a lo vivo la naturaleza  y características del habitante azuayo: los barrios de Cuenca, las panaderías, San Roque, la Cruz del Vado; los anejos y aldeas cercanas a la pequeña ciudad; su típica religiosidad, con los pases del niño (llamados ¨entregos¨) con sus priostes y sus chagrillos, donde se mezclan flores de retama y las pequeñas rosas de las cercas; las bandas de pueblos, las ferias y las fiestas pueblerinas llenas de colorido y movimiento. Pero también está la tragedia del explotado, la superstición, las tradiciones¨.

AGUA O PESETA
 -¡Y la sinvergüenza, la muy marrana, había de ganarme el pleito! !...! Ah, desvergonzada, ladrona!...
Y una adiposa tendera de germana corpulencia, sudorosa y jadeante, avanza con paso de ánade hacia el centro de la ciudad, desde uno de los juzgados de parroquia urbana. Viene de perder un pleito importante, tras mil fracasados ajetreos, vanas caminatas y malogrados obsequios.
- ¡Ah! la… y suelta una palabrota, mientras se enjuga el sudor con un descomunal pañuelo, de seda lacre, y se detiene a tomar resuello.
¡Pero no importa!...Yo le he de hacer un buen hecho… ¡Pero un buen hecho!...
Y el rostro mestizo y picado de la enfurecida mujerona aflójase con un gesto de dulzona ferocidad; y brilla en sus ojos bizcos el relámpago de  un propósito atroz.
Ya en casa, en la mediocre abacería, tiéndese en el estrado cubierto de vistosas alfombritas nacionales, dolorosamente agobiada por amargos rencores y punzante jaqueca.

- ¡Ah! ¡Los jueces salvajes y sin conciencia…! ¡Y ella! ¡Ella! Que sin duda los habrá sobornado con sus puercos atractivos… ¡Pintada, corrompida, perra!... Pero yo le haré un buen hecho…
Por último la obsesión verdadera, la visión final, que retorna ¡Su pequeña quinta, su cuadra, para siempre perdida!... ¡El embargo, los pregones, la subasta!... ¡Toda la negra jauría del juicio ejecutivo!...
Y la rechonchona mujerona rompe en estentóreos sollozos.
¡Perdida para siempre su propiedad tan coqueta! ¡Su quinta en San Roque! radiante de regadío, con su jardincillo medicinal y sus blondas hortalizas, sus rígidas gladiolas y sus místicos romeros. ¡Y con sus claveles! Sus claveles que, tras los tupidos setos de doradas tarallas, agachan sus cabecitas escarlata, como jadeantes de risa, de color y de sol. ¡Su quinta en San Roque! El Triana de Cuenca, barrió de las flores y los helechos y de los alegres paseos domingueros. San Roque: donde ponen su esfumado brochazo los sauces reales, de luminosa verdura, y su nota celeste los eucaliptos tiernos, rebosantes de sabia azul. Y de allí del oloroso patiecillo –taller de su casa habrá de separarse su hijo, el carpintero de grandiosos muebles de mercado…
- ¡Ah! La infame contraparte, la inicua gananciosa del pleito… ¡Pero que aguarde, que aguarde!...
Y mientras la pobre tendera dormita el sopor del inmenso contratiempo, la racha callejera se lleva, poco a poco, la harina teñida de color, que se orea en la estera, a las puertas de la tienda. La teñida harina de maíz para los polvos de carnaval.
Y amaneció el domingo de carnaval. Del carnaval cuencano de no hace mucho tiempo.
El sol, como un rumboso padrino de la alegre fiesta, vertía a torrentes su capillo de luz. Y la quieta ciudad, con sus casa blancas, sus calles morenas, sus rojos tejados, su cielo turquí, parecía disfrazada con listado dominó.
- ¡Domingo de carnaval!
Las gentes afanábanse en las puertas de los templos por despachar el precepto de oír misa; y muchas beatas discreteaban en los atrios, en ágil cuchicheo.
- ¡Dios quiera que en este carnaval no acontezca ninguna desgracia!
 Y mientras comenzaba en animado trajín de familias invitadas por amistades y parentela, la muchachería se instalaba en las esquinas para la tradicional explotación.
- ¡Agua o peseta!
Y nadie que no quisiese cargar con un chubasco de agua de las acequias, podía dispensarse de erogar siquiera la cuarta parte de la peseta rescatadora, solicitada a gritos agudos por la desarrapada granujería,  armada de palanganas y platillos despostillados, y militarizada bajo una grasienta banderilla nacional.
¡Agua o peseta!...
Y no había más pasaporte que para la gris escolta de celadores, para los transeúntes eclesiásticos y para una que otra familia encopetada. Lo que es a las hijas del pueblo, premeditada guerra sin cuartel, para que los mozos más crecidos de la cuadrilla tuviesen el placer de verlas, en apurados trances, revolcar entre la charca de la atajada acequia.
¡Agua o peseta!...
Y el estridente estribillo mézclase al ruido seco de incontables cáscaras, cargadas de agua de ataco, que van chocar contra cristales, paredes y cabezas. Y confúndese con las bocinas de los autos, que discurren repletos de jugadores de barrios aristocráticos. Y aunase, en fin las risotadas de los entusiastas, que derraman un paquete de polvo de color sobre una femenina cabellera luciente, o embadurnen de colorines un rostro primaveral.
Y, nota de más subido folklorismo de tiendas y zaguanes humildes trasciende el tufillo de los manjares populares de circunstancia.
De repente asoman ebrios a caballo, en atropelladores galopes, y aturde el porfiado pífano carnavalesco de los indios, que tornan a los campos, teñidos los rostros con tintas de color.
El carnaval se va.
El martes, la bandera tricolor   de los chicos de esquina aparece trocada por una rotosa manta negra. El duelo de los rapaces, que, en el último día, agotan su grosería callejera, para indemnizarse de los cuartos no atrapados suficientemente en los dos días anteriores.
¡Agua o peseta!...
Y entonces en la rapiña declarada, si se trata de algún pasante infeliz, especialmente.
Pero allí viene un entrego.
Un último cortejo de la temporada de misas de Niño.
Y la chiquillería se repliega reverente. Y bailan sus ojos a los animados compases de la música noeliana del terruño.
La prioste de la misa lleva el Sagrado Niño sobre fina bandeja, haciendo un pañuelo de seda el oficio de un paño humeral. Solemnes y peripuestas comadres de barrio acompañan a la donosa prioste, que va entre músicos agotados por la tuna de la Velación; revelando ella mismo en las ojeras violadas las anteriores malas noches, las malas noches, no tan ordenadas, que se consagran al Niño Dios. Y es de ver a la prioste contonearse, metida en su fino bolsicón de paño verde, en su chal rosa de seda, en su rebozo luciente, orlado de lentejuelas. Y sus pies, calzados de costosas botas claras, van hollando el chagrillo, que arrojan  las enguantadas manos de pequeñinas vestidas de almidonados trajes blancos. Los morenos párpados de la prioste van inclinados, y todo su rostro, engrietado de la mal aplicada Crema de Perlas, parece engolosinado en un éxtasis de misticismo y de ostentación.
La procesión avanza, con su acre perfume de pebeteros y su comitiva de niños disfrazados de monjes, canónigos y arzobispos. La granujería del ¡Agua o peseta! Se recoge devota
Pero al voltear la esquina, un hombronazo, metido en un enorme poncho, y encasquetado un grasiento sombrero de fieltro, se lanza sobre la prioste; y sacando de dentro del poncho una palanganita llena de vitriolo, la arroja en un abrir y cerrar de ojos al rostro de la prioste:
- ¡Sucia!... para que sepas ganar pelitos… para que vayas a preparar chumaladas para tus corrompidos amigos, en mi robada quinta de San Roque…
Era la mujerona que había perdido el pleito. Había aprovechado de su disfraz de hombre, y de la costumbre de echar agua, para su horrible venganza. La prioste de Niño no era otra que su contraparte judicial.
Y mientras que en una cama de hospital el ácido sulfúrico corroía para siempre el agraciado rostro de la prioste de Niño, la vengativa mujerona, que había fugado hábilmente; retirada, por la noche, en casa de una amiga, hacía el recuento de la jornada; y decía, mientras se quitaba el disfraz de hombre:
-          ¡¡Pero la hice… la hice un buen hecho!!...



















Cortometraje de "Agua o Peseta"



La siguiente película  hecha por la Institución Educativa 3 de Noviembre "agua o peseta",muestra en su contenido una leyenda en la cual se revive las antiguas tradiciones cuencanas, que Manuel Muñoz Cueva(1895 - 1976)   con sus manos nos dejó un claro ejemplo de como en la antigua Cuenca,la fiesta del carnaval era motivo de alegría para algunos niños de bajos recursos, ya que en la fecha ellos pedían un moneda(peseta) a los transeúntes que pasaban por el lugara cambio de no mojarlos.En esa fecha mucha gente prefería estar en casa por que el carnaval de aquel tiempo era grotesco, también se acostumbraba a realizar las tradicionales pases del niño,que era un gran símbolo de la religiosidad cuencana,de gran respeto y admiración.     


jueves, 22 de noviembre de 2012

Fotos de la realización de "Agua o Peseta"










La cruz del Vado símbolo religioso



 En camino a la zona de filmación


Planeamiento de las tomas


Escena del carnaval




Las estudiantes de la institución preparándose para la actuación



                                                         
                                                                Río Tomebamba


Las estudiantes vistiendo los trajes típicos de las Cholas Cuencanas



El camino a la Cruz del Vado


                            
                            
                            



Los personajes en el río Tomebamba


Las polleras típicas de las Cholas Cuencanas 


Estudiante haciéndose las trenzas de la chola cuencana



Estudiantes posando con trajes típicos




Las estudiantes con la vestimenta típica del Azuay


Las Cholitas listas para salir a filmar la película







Los estudiantes con sus diferentes trajes típicos





En camino y listos para filmar


Llegada a la zona de filmación


Preparando todo para filmar






Monumento a los juegos típicos de Cuenca "El palo encebado"






El director de la película planeando las tomas con uno de los profesores



Traje típico del Azuay